lunes, octubre 29, 2012

Calma en Chitrakut

Volvamos al recuento del último viaje. Nos habíamos quedado en el caos de Chitrakut, pero después de dormir unas horas, nos levantamos para descubrir la calma de Chitrakut a la luz del día. Ahora, con el pueblo inundado de sol, no parecía nada terrorífico, sino casi paradisíaco; al menos en un sentido religioso, este adjetivo no debe estar muy lejos de la verdad. ¿Espiritualidad en Varanasi? Estereotipos. No sé qué es lo de Varanasi (que me parece demasiado complejo para valorar correctamente), pero en Chitrakut encontré el ambiente que uno esperaría encontrar en Varanasi: con tranquilidad y sencillez, la gente vivía centrada en la religión, en el río y en los muchísimos templos de los alrededores, a donde va la gente en continua peregrinación.

Las personas que viven en este pueblo lo hacen con calma, no agobian a los extranjeros ni intentan timar a nadie. Viven y dejan vivir. La religión es el punto alrededor del que giran sus vidas: incluso los que se dedican a los negocios, dependen de la religión. Sin los peregrinos que vienen a los templos, no habría nadie en los hostales (de hecho, no había nadie más en el nuestro), los barqueros del río no tendrían clientes que llevar de paseo, sin los templos ni los devotos los escultores no esculpirían nada, sin ellos tampoco los conductores de autorickshaw tendrían pasajeros que llevar a ninguna parte - el pueblo es pequeñísimo y se puede recorrer todo andando, pero hace falta para ir a los templos de las montañas - y por el camino a esos centros de peregrinaje, hay cientos de tiendas que venden objetos religiosos. 

De hecho, de camino a Kamadgiri, una colina en cuya falda hay un camino circular lleno de templos dedicados sobre todo a Rama y a Hanuman, me fui fijando en las tiendas del pueblo, que se extendía hasta la falda de las colinas cercanas. Intentaba buscar dónde comprar fruta o verdura, en vista de la malísima calidad de la comida del único restaurante de la aldea, al que habíamos ido a desayunar esa misma mañana. Para nuestra sorpresa, todas las tiendas, una tras otra, vendían únicamente objetos religiosos, para rituales: estatuillas, hilos rojos, dulces de ofrendas, cocos de ofrenda, pulseras...pero comida, no se veía por ninguna parte. Ni siquiera unas míseras galletas. Creo que este pueblo es el lugar con más tiendas religiosas por metro cuadrado de toda India.


Una de las incontables tiendas religiosas de Chitrakut.

Supimos que habíamos llegado cuando la oleada de gente se hacía más densa: los peregrinos. Justo a la entrada había un pequeño templo, muy interesante y concurrido. Dentro, el humo del incienso, el tiempo y el sudor humano ennegrecían las pinturas de las paredes, que contaban la historia del Ramayana. En medio del templo había como un pequeño altar circular en el que unos sacerdotes te ataban una cuerdecilla roja y amarilla (como las de la foto de arriba) en la muñeca a cambio de una donación de 10 rupias. Pero poco más adelante, había unas cuatro barras de metal dispuestas horizontalmente, sin ningún otro propósito que el de servir para atar dichas pulseritas. No entendimos cuándo había que llevarlas puestas o cuando había que atarlas, pero me pareció algo muy interesante. Por fin, dentro al fondo había tres santuarios, dos dedicados a Rama, Sita y Hanuman, y otro dedicado a Rama en versión local, conocido como Shri Kamtanath. La leyenda es que, bueno, como a todos los dioses en general, tú pides algo y se te concede. Nada raro aquí.

Seguimos paseando un poco pero la verdad es que el camino era un poco aburrido y todo igual, y caía un sol de justicia. Entonces, no sé cómo, encontramos dos tiendas que no eran de objetos religiosos; bueno, más bien los dueños nos encontraron a nosotras. Vendían saris, a 50 rupias la pieza. Ante semejante ganga, no pudimos resistirnos y entramos a echar una ojeada. Y fue una buena idea. Gracias a eso, hicimos migas con el dueño, que nos explicó que el camino de Kamadgiri solo daba la vuelta a la falda de la colina, y que no podríamos subir como queríamos nosotras (para disfrutar del paisaje). Si queríamos subir, teníamos que ir a otro lugar, llamado Hanuman Dhara. Allí, en lo alto de una montaña, había un templo dedicado al dios Hanuman, y una cascada que aunque ahora estuviera medio seca nunca paraba, de modo que siempre caía el agua sobre la estatua del dios. El misterio está en que no saben de dónde viene el agua exactamente...

Nos interesó la historia, y allá fuimos, después de comprarle un sari cada una (que luego vino estupendo como manta o almohada de viaje, según la necesidad). Total que volvimos a montarnos en otro auto - que aquí están a medio camino entre el autorickshaw típico de ciudad, y un todoterreno abierto - para ir a esa otra montaña. Un poco cansadas del sol, después de dejar las sandalias en una tiendecita abajo y de comprar unos dulces para ofrecer al dios (porque nos obligaron, como "pago" por dejar las sandalias y cuidarlas, cosa que suele pasar aunque ,¡ojo!, no es obligatorio. Lo que pasa es que te lían la cabeza). Subimos los aproximadamente 600 peldaños excavados en la montaña, descalzas, bajo el sol, con una música devocional de fondo, para obtener la mejor tarde de todo el viaje y una vista estupenda del paisaje de Madhya Pradesh.


En el templo en la mitad de la colina, ofrecimos los dulces al dios Hanuman. Este dios es una especie de hombre-mono que sirvió fielmente a Rama y le ayudó a rescatar a su mujer Sita, secuestrada en el misterioso reino de Lanka (que puede ser Sri Lanka...o no). Más que ayudar, podemos decir que lo hizo todo él, Hanuman. Siempre aparece pintado de naranja. En esta estatua, lo curioso es que tiene muchísimas cabezas, con el símbolo de Shiva en la frente (porque en algunas historias, se cree que es un avatar de este dios). Me llama la atención porque el malo del Ramayana, Ravana, es un demonio con muchas cabezas.


En este templo también se podían dejar atadas las pulseritas rojas y amarillas, como en Kamadgiri.



Vista del paisaje desde el templo de Hanuman.



La estatua de Hanuman, al aire libre, sobre la que siempre cae agua, aunque no llueve desde hace bastante en Chitrakut...


En todos los templos de Hanuman hay monos, es natural. Pero en este, hay un tipo de monos diferentes, de cara negra, que se llaman aquí "langur". Están muy domesticados aquí, acostumbrados a los peregrinos, y hasta comen de la mano como podéis ver en la foto. Pero no me fiaría de un langur salvaje...



Subiendo hacia la cima de la montaña hay una pequeña fortaleza con una vista estupenda.



Pero en la cima cima, arriba del todo, hay muchos árboles, langures...



Y una vista del paisaje mucho mejor. Por suerte para este momento la música ya había parado, y podíamos disfrutar del sonido de las hojas de los árboles.

Descansamos hasta que empezó a bajar el sol, en lo alto de la colina. Volvimos al atardecer, para subirnos a uno de los botes de Ram Ghat, el centro del pueblo, relajarnos, y preparar las cosas para marcharnos, ya que esa noche tendríamos que volver a la horrorosa estación de tren de Chitkut para coger el tren a nuestro siguiente destino, Khajuraho.

Una vez en Ram Ghat, paseamos, comimos phuchka (pani puri en hindi) sin ponernos enfermas, encontramos una tienda de verduras y compramos alguna cosilla, y también vimos a unos artesanos escultores de piedra que se dedicaban, casi en su totalidad, a hacer estatuas de Hanuman. Como decía al principio, sin la religión, en Chitrakut no viviría nadie.





En el ghat encontramos a un simpático barquero que nos hizo un buen precio (aunque aquí, como hay menos competencia que en Varanasi, es más difícil regatear). Las barcas en Chitrakut están muy decoradas, con flores y telas brillantes, cojines, etc; nada que ver con la simple madera de Varanasi. En algunas barcas (y si lo pides) hay conejos para acariciar. El barquero, Shyam, era muy hablador y más que darnos un paseo en barco por el río, estuvo charlando con nosotras.


Las barcas y Ram Ghat


Chitrakut desde la barca


Ram Ghat


El río. A la izquierda Uttar Pradesh, a la derecha Madhya Pradesh

Shyam nos contó muchas cosas de Chitrakut, de su dependencia absoluta de los turistas que venían por razones religiosas, de la frontera de Madhya Pradesh y Uttar Pradesh (él es de la parte de MP), del negocio de los barcos, que es algo nuevo que apenas ha empezado hace unos pocos años, del aarti en el río... Acabamos tomando un té con él y empezó a hablar de su vida. Resultó que tenía 22 años, pero había tenido que asumir muchas responsabilidades muy pronto, alrededor de los 15 años, cuando su hermano mayor murió (aunque no sabemos cómo) y él se casó con la que era su cuñada para no dejarla viuda y abandonada con tres niños. Ahora tenían un cuarto niño, de pocos meses. Su único sueldo eran los paseos en barco, pero había una chica francesa que venía a Chitrakut cada año para tomar fotos y escribir cosas para una revista de viajes, que le ayudaba económicamente. Verle hablar de situaciones tan difíciles con calma era impresionante, y de ninguna manera parecía ser más joven que nosotras. Pero así es la vida a veces...Además, cuando le dijimos que íbamos a Khajuraho pero que no teníamos nada reservado, enseguida llamó a un amigo suyo que trabajaba allí para buscarnos una habitación barata, y nos dió su número de teléfono para que contactáramos con él si pasaba cualquier cosa en Khajuraho.

Anochecía, y debíamos marcharnos de Chitrakut. La verdad es que me daba pena abandonar un lugar tan tranquilo y natural. Me hubiera gustado quedarme un día más, pero ya teníamos el tren confirmado y no podíamos cambiarlo. En el centro del pueblo, hablamos con un conductor de auto-todoterreno para ir a la estación a las 11 de la noche. El de la estación al pueblo al final nos había costado carísimo, 200 rupias, porque fue todo un negocio de Raja, el que vino a buscarnos, y no pudimos discutir el precio antes. No estábamos dispuestas a pasar por ahí otra vez, si alguien se iba a quedar con nuestro dinero, que fuera otra persona. Hay que repartir. Al final un joven aceptó el trato, por 100 rupias tendríamos el auto para nosotras y nos estaría esperando. Más tranquilas, volvimos al hostal.

El hostal era sin duda un lugar curioso. Entre que allí no había clientes, y que el guarda era un tipo raro que parecía estar siempre en las nubes, la sensación era muy rara. Por la mañana él y sus amigos habían estado a la sombra en la terraza, jugando a las cartas. No nos habían pedido ningún tipo de documento, ni de nombre, ni de firmar en ningún registro...nada de nada. No sabían nada de nosotras, y no parecía importarles gran cosa nada de lo que hiciéramos. Podíamos haber sido fugitivas de la justicia, que les habría dado igual. Pero con tanta dejadez, no habíamos vuelto a hablar del precio de la habitación, desde aquella llamada de teléfono en Varanasi. ¿Intentarían cambiarnos el precio?

Buscamos al guarda, que estaba en su oficina, sin hacer nada. Le dijimos que nos íbamos esa noche, y nos ofreció buscarnos un auto para llevarnos, pero sabiendo que iba a ser más caro que el que ya habíamos reservado, declinamos su oferta.

-Bueno, tenemos que pagar la habitación. ¿Son 500, verdad?
-Sí
-Vale, toma.

Y se acabó. La próxima vez le digo 200....seguro que no me dice que no.

Recogimos las cosas, y cenamos en la terraza mirando el cielo estrellado y a la gente, todavía yendo y viniendo al ghat, acumulando energía para enfrentarnos a una noche de espera en aquella estación llena de basura, moscas y gente, Chitkut.

Pero esa es otra historia.

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